jueves, 23 de octubre de 2008

SOMOS ETERNAMENTE INGNORANTES

Por Agustín Esmaro Guevara Ruiz
Filosofía-UNMSM
esmaro@latinmail.com
La principal fuente de desarrollo del ser humano, tanto como individuo como especie, ha sido desde siempre el cultivo y adquisición del conocimiento, y en la actualidad lo sigue siendo, pues la formación cognoscitiva del ser humano ha sido el criterio distintivo para medir la mayor o menor utilidad para con el desarrollo de la sociedad a la que pertenece, en la que uno, mientras más sabe, más importante es y viceversa. El saber es símbolo de avance, desarrollo, progreso y demás cualidades afines. Nada se avanza siendo pasivos frente a la ignorancia, pues ésta hace que nuestro pensar tenga un sentido retrógrado, en cuyo recorrido, si se consigue algo, será por casualidad, ya que esta forma de conseguir el conocimiento es espontánea y fortuita, depende del azar y no de la voluntad humana. Es diferente si las decisiones se toman partiendo del conocimiento y sobre la base de la voluntad del hombre, gracias a lo cual las cosas que se hagan se aproximarán más a la perfección. Sin embargo, es preciso aclarar que el conocimiento humano es LIMITADO, como limitadas son las condiciones y posibilidades de aprehensión. No obstante ello, no tenemos límites para minimizar nuestras limitaciones, ni de poder conocer el ámbito de lo que no nos es conocido, que se puede conocer.

En el devenir de la evolución del hombre, el conocimiento ha sido el eje del desarrollo de todo cuanto ha alcanzado y disfrutado. Muchos de estos logros se han dado desde hace milenios, mientras que otros a apenas hace unos pocos meses, e incluso sólo unos días.
Podemos entender, entonces, que hay dos posibilidades con respecto a la adquisición del conocimiento: uno, el legado por nuestros antepasados y, otro —que preferimos—, elaborado sobre la base del pasado, nuevas formas de conocimiento como producto contemporáneo que sirva a los hombres de hoy y a los del futuro. En cuanto al del pasado, sólo nos podemos servir de él y no servir a él.

Es necesario entender cómo nos es transmitido el conocimiento y cómo llega hasta nosotros gracias a las mentes que nos precedieron y llegará a las generaciones que nos sucederán; es decir, cómo trasmitiremos el nuestro. Distingamos desde esta perspectiva: el conocimiento está asentado en el ser humano como INDIVIDUO y como GÉNERO, donde el primero es el ente transmisor, y el segundo el de acumulación, preservación y conservación, pues éste permanece, aquél, perece. Así surge esta certeza: el conocimiento referido al individuo es imposible de ser transmitido o aprehendido en su totalidad, porque de todo lo que un individuo pudiera haber conocido, no todo pudo haber transmitido ni plasmado en un soporte físico, de modo que sólo recibimos algo parcial, desde la cual es imposible reconstruir esa totalidad. En cuanto a la transmisión del conocimiento que el humano hace como género, es más veces imposible de transmitir en su totalidad, porque no se conoce la originalidad del individuo y por la incapacidad natural que se tiene para almacenar la totalidad del conocimiento, tanto por la finitud del humano cuanto por la acumulación y el sometimiento al tiempo en que se vive y del cual no puede independizarse.

Lo que hasta aquí nos queda claro es que quien afirma saberlo todo es un ignorante y quien afirma no saber nada, también lo es; aquél porque no reconoce sus limitaciones; éste porque no reconoce saber algo. No podemos escapar de la ignorancia ni tampoco podemos ser un sabelotodo. Hay que tener en cuenta que un humano no es siempre racional, por ejemplo, un recién nacido posee humanidad, pero no conoce. Con esta nueva afirmación concluimos que sí hay seres humanos que no conocen nada, otros, algo, pero ninguno, todo.

Es así que estamos convencidos de que la ignorancia es una fuente de socialización y comunicación entre los individuos y la especie de hoy con los dos del pasado y del futuro, lo que permite el compartimiento de conocimiento y la eliminación progresiva de la ignorancia que desembocará en sabiduría.

Si analizamos nuestra situación actual, nos daremos cuenta de que hay pocos en el presente, responsables de que el conocimiento fluya desde las fuentes del pasado hasta las del futuro. Cada uno nace dotado por la naturaleza de una capacidad cognoscitiva grande o pequeña, cuyo desarrollo depende de las condiciones externas. Así tenemos individuos que quisieran ser entes aprehensores, cultores y transmisores del conocimiento, pero su naturaleza no les permite; e individuos que, poseyendo estas cualidades naturales, no quieran cultivarlas adecuadamente. Ésta la razón por la que nuestra humanidad cuenta con un gran número de “muy ignorantes” y con pocos “poco ignorantes”. De allí también se extrae la idea de por qué unas sociedades avanzan más que otras. Tal vez la mayoría de las personas está convencida de que es más fácil estar en paz con la ignorancia, que en guerra contra ella. Es pertinente aclarar aquí que la derrota equivaldría a pretender desnaturalizar al hombre; mientras que minimizar la ignorancia sería encontrar la convivencia y armonía entre hombre-ignorancia; la pasividad sería estar sometidos a la ignorancia y ser su instrumento y esclavo de ésta.

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